lunes, 30 de abril de 2012



Tarde de terral




Verano, tirano del Sur.

La luz cegadora y violenta se come el negro de las sombras, lo diluye en matices morados y violetas.

Estío hasta el hastío; calor agudo y cansino, el aire áspero del terral no ofrece consuelo. Apetece la arena húmeda del rebalaje donde se acompasa la respiración al latido del mar.

Verano festivo de los atardeceres llenos de fragancias frescas: jazmín, hierba buena y algas marinas. Olores de ocio: brasas de una moraga, vainilla y turrón por el paseo marítimo, biznagas y romero.

Verano de contrastes. Calles aciagas y vacías en el sopor sudoroso de la sobremesa; bullicio variopinto en las terrazas abarrotadas durante las noches ruidosas e insomnes.

Todo torna más intenso en verano. En alerta viven los sentidos, se aprecian múltiples y densas las sensaciones. Más jocosa y exaltada nace la alegría, más injusta y cruel duele la soledad.

Verano en movimiento. Los cuerpos ligeros de ropa se echan al monte, a la playa, buscando el frescor de la sombra y del agua para aliviar el peso del calor. Rompemos lo estático, cambiamos las rutinas. Para emprender viajes, para renovar encuentros.

El verano tiñe el tiempo de urgencia: la de vivir.



Antoinette Marmolejo. 6.7.2011

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