Tarde de terral
Verano,
tirano del Sur.
La
luz cegadora y violenta se come el negro de las sombras, lo diluye en
matices morados y violetas.
Estío
hasta el hastío; calor agudo y cansino, el aire áspero del terral
no ofrece consuelo. Apetece la arena húmeda del rebalaje donde se
acompasa la respiración al latido del mar.
Verano
festivo de los atardeceres llenos de fragancias frescas: jazmín,
hierba buena y algas marinas. Olores de ocio: brasas de una moraga,
vainilla y turrón por el paseo marítimo, biznagas y romero.
Verano
de contrastes. Calles aciagas y vacías en el sopor sudoroso de la
sobremesa; bullicio variopinto en las terrazas abarrotadas durante
las noches ruidosas e insomnes.
Todo
torna más intenso en verano. En alerta viven los sentidos, se
aprecian múltiples y densas las sensaciones. Más jocosa y exaltada
nace la alegría, más injusta y cruel duele la soledad.
Verano
en movimiento. Los cuerpos ligeros de ropa se echan al monte, a la
playa, buscando el frescor de la sombra y del agua para aliviar el
peso del calor. Rompemos lo estático, cambiamos las rutinas. Para
emprender viajes, para renovar encuentros.
El
verano tiñe el tiempo de urgencia: la de vivir.
Antoinette
Marmolejo. 6.7.2011

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