El
milagro
Saúl, despiadado y cruel, fue
alcanzado en el camino de Damasco por la Verdad y la Bondad y se
convirtió en un ser de luz y de amor. Tanto cambió que su nombre
pasó a ser Pablo. Esa es la historia que se cuenta en la Biblia.
Aunque sinceramente me gustaría creer
en ese tipo de cambio radical, me cuesta mucho confíar en
metamorphosis extremas.
Puedo entender que cualquier persona se
conscience de sus fallos y sus debilidades, y consecuentemente se
ponga a trabajar en modificarlos para mejorar su actitud y su vida;
todos los hacemos constantemente, en eso consiste la evolución
personal. Los cambios pueden ser notables, sin duda alguna, pero son
parte de un proceso. Un proceso a menudo difícil, que implica la
voluntad, la sinceridad.
No obstante, me suena a fraude cuando
una persona que a lo largo de su vida ha sembrado dolor, violencia,
imposición, abusos y mentiras, de repente se presenta como un ser
íntegro, tolerante y generoso. Podría entenderlo e incluso
aceptarlo, siempre y cuando ese cambio incluya, no digo ya resarcir,
sino lamentar, arrepentirse y disculparse por las conductas erróneas
perpetradas en el pasado.
Cuando la violencia permanece en el
pozo de la mente y del corazón de un ser que a lo largo de su vida
se ha comportado desde el egoísmo, la desconsideración, la maldad y
la falsedad; siempre hay una ocasión donde vuelve a resurgir y a
manifestarse esa primera elección de vida, porque la violencia y la
crueldad son opciones voluntarias.
Por lo tanto, en esos gestos de
vehemencia instinctiva y espontánea delatan la esencia real de un
ser injusto, en ellos se vislumbra la realidad oculta y se demuestra
que el “milagro” no es efectivo, que sólo se trata de una
estrategia; en definitiva de una mentira, de una estafa más.
Puede que el supuesto “Pablo”
consiga convencer a aquellos que nunca conocieron a Saúl.
Pero ¿se rendirán a las nuevas
evidencias aquellos que Saúl persiguió y violentó? ¿Aceptarán
darle su confianza a su nueva imagen y su increíble postura y sus
sorprendentes planteamientos de solidaridad y de respeto, o
sospecharán de que se trata de otra tentativa de embaucar a quienes
ignoran los aspectos más sórdidos de su pasado? ¿Creerán que Saúl
el maltratador se ha trasformado de forma repentina en el “elegido”
y tocado por el “milagro”?
Mi respuesta es que jamás se lo van a
creer. Por una razón muy sencilla: en cuanto el renovado Pablo se
considere impune en su nuevo traje, cuando crea que nadie lo observa,
sacará la espada de la que jamás se deshio Saúl, y con sumo placer
y violencia, intentará herir para disfrutar de la sangre derramada
y del sufrimiento causado. Luego, con total cinismo, revestirá la
túnica impoluta de Pablo y volverá a la comunidad que con ese
nombre lo identifica y lo aprecia.
Saúl no cambia, sólo se disfraza. Porque a un gran felino, no se van las manchas del pelaje.
Antoinette Marmolejo
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