Sobre la humildad y la soberbia
La soberbia se basa en la injusticia y la mentira. Es la negación de la generosidad, del amor, de la empatía.
Quien se acerca a los demás de forma altiva y arrogante, quien se
jacta de su fuerza y de su aplomo, sencillamente está mostrando lo
infinito de su pobreza, la pequeñez de su alma, la dureza de sus
sentimientos.
No vale excusar la soberbia a ratos o en determinadas circunstancias; no se trata de la faceta de una gema, considerando que en los otros vértices brillan la
tolerancia, el respeto y la ternura. Si uno de los lados se ha pulido en la
muela de la crueldad, de la violencia y del desprecio hacia los pacíficos, los
débiles, mofándose de aquellos que actúan con bondad y discreción, entonces es que todos los demás
reflejos son falsos.
Encontramos en el camino de la vida a esos depredadores, orgullosos de sus garras, relamiéndose con la sangre derramada en heridas que voluntariamente afligen. Van a menudo disfrazados, anunciando principios de los que en realidad carecen. La soberbia tiene el cinismo como compañero de viaje.
Los soberbios confunden la valentía con la agresividad, piensan que la dulzura, la discreción y la compasión son cobardía. ¡Cuan equivocados están!
La vida me ha enseñado a reconocer a los orgullosos, sé cuales son sus ropajes y sus máscaras, detecto su podredumbre detrás sus sonrisas y sus palabras huecas, su discurso suena falaz: demasiado vehemente, demasiado seguro.
No son más que embaucadores, estafadores de sentimientoss y de la vida. Presumen tanto de sus certezas, de la fortaleza de su carácter, que se desenmascaran a si mismos. Con tranquilidad y sin acritud, es conveniente echarlos sin dudar, evitarlos y exiliarlos de nuestro entorno, para no mancillar el flujo de armonía de la vida.
La humildad no es debilidad, es
prudencia, duda razonable, valoración de si mismo en justicia y de
los demás en el amor. El hombre y la mujer que sienten en su alma el
poder del amor hacia sus semejantes y hacia la naturaleza conectan con el equilibrio del universo y pertenecen a un todo intangible pero real. Las personas humildes de corazón conocen su propia valía,
comparten, dan y reciben con alegría y en paz. Las personas realmente
fuertes y seguras no necesitan alardear de ellos mismos ni impresionar a nadie, no suelen
mostrar los dientes y menos aún clavar dentelladas porque no viven a la defensiva y tampoco temen ser atacados; poseen una
inteligencia bondadosa que no necesita de estridencias ni se complace
en la ferocidad y la crueldad.
Rodearse de ellos es enriquecedor, con
ellos es un placer compartir y vivir. Porque la humildad, la bondad,
son firmes pilares del respeto y de la felicidad. La paz no se consigue con
la violencia, la justicia no se vive desde la crueldad, el amor huye de la soberbia.
Antoinette Marmolejo, a 23 de octubre
de 2012